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Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

16 de octubre de 2013

San Lucas 11,42-46: Dios pagará a cada uno según sus obras, según su corazón, judíos y griegos, todos somos hijos de Dios, y la salvación no depende de la rigidez en cumplir leyes sino en el amor de verdad.

Evangelio según san Lucas 11,42-46. En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo! » Un maestro de la Ley intervino y le dijo: -«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.» Jesús replicó: -«¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»  


Comentario: 

 Lc 11,42-46. Hoy escuchamos tres acusaciones muy duras de Jesús contra los fariseos, y una contra los juristas o doctores de la ley (que se lo buscaron metiéndose en la conversación): - pagan los diezmos hasta de las verduras más baratas (lo de pagar la décima parte de las ganancias era muy común en las varias culturas), pero luego descuidan lo principal: "el derecho y el amor de Dios"; - "os encantan los asientos de honor", - "sois como tumbas sin señal": por fuera, todo parece limpio, y por dentro sólo hay la corrupción de la muerte; - y los intérpretes de la ley "abruman a la gente con cargas insoportables, y ellos no las tocan ni con un dedo".
Algunos ejemplos pertenecen a la cultura de entonces. Pero Jesús sigue interpelándonos: ¿merecemos algunos de estos ataques? ¿en qué medida somos "fariseos"? Ahora no pagamos diezmos de cosas tan menudas. Pero igualmente podemos caer en el escrúpulo de cuidar hasta los más mínimos detalles exteriores mientras descuidamos los valores fundamentales, como el amor a Dios y al prójimo. Por cierto, recojamos la consigna de Jesús: no se trata de no prestar atención a las cosas pequeñas, con la excusa de que son pequeñas. Lo que nos dice él es: "esto habría que practicar (lo importante, lo fundamental), sin descuidar aquello (las normas pequeñas)". No invita a no atender a los detalles, sino a asegurar con mayor interés todavía las cosas que merecen más la pena. ¿Se puede decir que no andamos buscando los puestos de honor, ansiosos de la buena fama y del aplauso de todos, aunque sepamos interiormente que no lo merecemos? Podemos ser tan jactanciosos y presumidos como los fariseos. ¿Somos sepulcros blanqueados? Cada uno sabrá cómo está por dentro, a pesar de la apariencia que quiere presentar hacia fuera. Los demás no nos ven la corrupción interior que podamos tener, pero Dios sí, y nosotros mismos también, si somos sinceros. Si de alguna manera somos "doctores de la ley", porque enseñamos catequesis o educamos o predicamos, pensemos un momento si merecemos la queja de Jesús: ¿imponemos interpretaciones del evangelio que son demasiado exigentes, cargas insoportables? Ya es exigente de por sí la fe cristiana, pero no tenemos por qué añadirle nosotros cargas todavía más pesadas. Jesús se puso como modelo de lo contrario: "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,29-30). Además, podemos caer en el fallo de ser exigentes con los demás y permisivos con nosotros mismos (J. Aldazábal).
Jesús echa en cara a fariseos y escribas su pecado, para moverlos a conversión. El pecado de los fariseos está en poner empeño escrupuloso en las normas insignificantes mientras desprecian lo esencial; en querer aparecer como irreprochables para ser honrados y estimados como piadosos (cf Mt 23,6-7; Mc 12,38-39). El discípulo de Jesús, en cambio, debe valorar las cosas según su importancia. No debe despreciar lo pequeño por ser pequeño, pero debe centrar su esfuerzo en lo fundamental: la justicia, el amor a Dios, el amor al hermano. El pecado del escriba, del especialista en la ley, está en escrutar la ley día y noche para descubrir a los hombres lo que deben hacer, pero no cumplirlo él ni ayudar a cumplirlo a los débiles. La salvación no está en saber mucho, sino en cumplir lo que se sabe, no en echar cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a los "pobres" a llevar su propia carga.
Las maldiciones contra los fariseos, que meditaremos hoy y mañana, las hemos ya encontrado en Mateo 23, 23 -martes de la 21ª semana del tiempo ordinario-. La Iglesia las pone una segunda vez ante nuestra vista para que las interioricemos más, aplicándolas a nosotros mismos y no aplicándolas a los demás.
-¡Ay de vosotros, fariseos... ¿En qué lugar dijo esto Jesús? ¿Lo dijo una sola vez o varias veces? Mateo dice explícitamente que Jesús pronunció esas invectivas en público, delante de las multitudes (Mt 23,1) Lucas, por el contrario, parece sugerir que Jesús dijo esto en casa de un fariseo que lo había invitado a comer a su mesa. Sabemos que los autores antiguos cuando escribían, usaban con gran libertad de los datos y de los materiales históricos. Y los evangelistas en particular usaron ampliamente de ese procedimiento de "reagrupación". Lucas pudo agrupar aquí, durante la comida en casa de un fariseo, temas que fueron de hecho tratados en otra parte. Sin embargo nos será conveniente seguir la sugerencia de Lucas y contemplar, por un instante a Jesús en plan de hacer, también El, un apostolado individual. Jesús amaba a los fariseos... Jesús podía pensar que un día curarían de su hipocresía... Jesús, invitado por uno de ellos, se mantiene en su actitud y repite a "este hombre" en su propia mesa lo que sin duda había proclamado otras veces en público. Señor, otórganos el amor a todos los hombres. Señor, te damos gracias porque nos amas tal como somos... incluso con esa parte de fariseísmo que hay en nosotros... ¡en mi!
-Vosotros pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda legumbre, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios. Señor, es cierto que a menudo doy demasiada importancia a algunos detalles, y soy negligente en deberes mucho más importantes: 1º "La justicia"... es decir ¡los "derechos" que mis hermanos tienen sobre mi! 2º "El amor de Dios"... es decir, lo que da valor a los gestos exteriores. Ciertamente, en lugar de prestar tanta atención a pequeñeces, se tendría que ser más exigente respecto a esos dos puntos esenciales.
-Esto había que practicar, y aquello... no omitirlo. Señor, ayúdame a cumplir mis "pequeños" y mis "grandes" deberes.
-¡Ay de vosotros, los fariseos, que os gusta estar en el primer banco en la sinagogas... y que se os salude en las plazas!... ¿Apetezco también yo los honores, la consideración? ¿Qué forma tiene en mí ese orgullo universal? ¿esta seguridad de tener la razón? ¿ese querer llevar a los otros a pensar como yo? Hay mil maneras sutiles de querer el "primer puesto".
-Entonces un Doctor de la Ley intervino y le dijo: "Maestro, diciendo eso, nos ofendes también a nosotros". Pero Jesús replicó: "¡Ay de vosotros también, doctores de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con el dedo!" ¿Hay quizá ciertas cargas que yo coloco sobre los hombros de los demás? Una vez más Jesús defiende a los pequeños, a los pobres, a los que no pueden cumplir toda la "Ley", de los doctores de la Ley, de los que son expertos en la materia y que lo saben todo. ¿Soy misericordioso con los pecadores? ¿con tantos hombres que no saben bien las exigencias de Dios? (Noel Quesson).
Qué pena esos maestros que presumen de decir las cosas claras y que van dejando un rastro de rencor, enemistades, sectarismo. Qué paz, el ministerio pastoral de Juan Pablo II... (gonzalo@claret.org).
¡AY, AY, AY...! Tres «ayes»: la cosa es muy grave. Primero denuncia a los fariseos (vv. 42-44), después a los juristas. Estos, representados por «cierto jurista», se sienten ofendidos por las palabras que Jesús acaba de dirigir a sus colegas de religión y de observancia («jurista», griego nomikos, casa con «ley», griego nomos). Juntamos las denuncias: «pasáis por alto la justicia y el amor de Dios» (11,42); «os gustan los asientos de honor y las reverencias» (11,43); «abrumáis a la gente con cargas insoporta-bles» (11,46).
Los ayes de Jesús describen las formas de la ausencia del Dios de la vida en el ámbito de los dirigentes religiosos. Y esos ayes se prolongan a lo largo del tiempo como una seria advertencia a todo hombre que se precie de religioso. Desde ellos se exige, en primer lugar, una jerarquización de los preceptos que rigen la relación con Dios. Ésta se concibe esencialmente como una práctica de amor y justicia sin cuya existencia el cumplimiento de las demás obligaciones son prácticas vacías de sentido. Lo que acontece con el diezmo de los escribas, en el primer ay pronunciado por Jesús, puede acontecer con toda práctica de piedad al margen de aquellos pilares fundamentales del amor y la justicia. Dichas exigencias principales de toda religiosidad auténtica son incompatibles con una práctica religiosa centrada en la búsqueda de los aplausos y de la aprobación de los semejantes. Por lo mismo, se exige del hombre religioso una constante purificación de sus motivaciones para mantener la posibilidad del encuentro con Dios en una vida realizada en la autenticidad de una existencia vivida conforme al querer de Dios. Toda actitud que enmascara intereses y egoísmos personales bajo el manto de la religiosidad vicia la raíz de la propia vida y coloca en una senda que, en lugar de acercar a Dios, aleja de Él. Por consiguiente, las acciones que se esperan de los demás deben ser asumidas previamente como compromiso y exigencia en la propia vida como el fundamento necesario para el encuentro con el Señor de todos (Josep Rius-Camps).
Los intérpretes de la Ley han deshumanizado los mandamientos de Dios, transformándolos en un peso insoportable, volviendo odiosa la religión, han hecho de Dios un policía y fiscal, siendo infieles a la antigua tradición israelita del amor a Dios, de su providencia, del perdón y de la alianza. Por otra parte, su vida personal es ajena a la misma legalidad que imponen a los otros. La falta de la justicia y del amor divinos los hace culpables de rigidez y de hipocresía (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica). No es que Jesús rechace las leyes. De hecho, él y sus discípulos se mantienen dentro de la estructura legal del judaísmo y por lo tanto, no descuidan sus ritos. Lo que Jesús denuncia es la hipocresía de un cumplimiento externo, rigorista, que no nace de la auténtica relación de justicia ni de amor a Dios ni a los demás. Los fariseos pretenden mostrarse como perfectos cumplidores de las prescripciones legales y por eso buscan los primeros puestos y el aplauso de los otros. Su religión es insincera porque su motivación interior es la búsqueda de sí mismos; es la autosuficiencia del que se cree perfecto y superior a los demás. El fariseo ha olvidado que no se trata del frío cumplimiento de leyes lo que nos identifica con la santidad de Dios, sino que la verdadera relación y alianza divina, consiste en recibir ese don de Dios para traducirlo en la autenticidad de la justicia, de la solidaridad y del reconocimiento igualitario de los otros. La imagen del dios legalista, rigorista, inhumano, vigilante, retributivo que los maestros de la Ley han creado con su conducta y enseñanza, está lejos del Dios del Reino, del Dios revelado, del Dios de la alianza, que es amor, perdón misericordia y ternura infinitas para con hombres y mujeres (servicio bíblico latinoamericano).
Qué fácil es decirle a alguien que es hombre de Iglesia porque desembolsa grandes cantidades de dinero a favor de la misma, o porque paga puntualmente sus contribuciones a la Iglesia, o porque imparte pláticas y cursos como un gran experto en la fe. Mientras todos estos actos sólo sean una especie de paliativos a la conciencia para tratar de redimir con eso una vida desordenada o degenerada que no quiere abandonarse, las alabanzas y sonrisas y agradecimientos que se reciban no servirán realmente de nada en la presencia de Dios. El Señor, además de las obras de caridad nos pide que no nos olvidemos de la justicia y del amor de Dios. Que no sólo hablemos hermosa e ilustradamente acerca de la fe para hacer comprender a los demás sus compromisos de fe y de amor e invitarlos (obligarlos) (?) a amoldar su vida a ellos, sino que seamos nosotros los primeros en asumir nuestras responsabilidades en la fidelidad a la fe y al amor que proclamamos; de lo contrario seríamos cristianos de fachada, hipócritas, sepulcros blanqueados, aparentemente bellos, pero sólo por fuera, pues nuestro interior estaría lleno de carroña y podredumbre. Vivamos con lealtad nuestra fe en Cristo haciendo nuestros su Vida y su Espíritu, y no conformarnos pensando que ya estamos salvados por haber ayudado a nuestro prójimo, o por haber anunciado el Nombre del Señor.
El Señor nos ha convocado para estar con Él en esta Celebración de su Pascua. Venimos con la intención de ser los primeros en escuchar su Palabra para ponerla en práctica. El Señor nos quiere en Comunión de Vida con Él. Él nos quiere como un signo mucho muy claro de su amor salvador en medio de nuestros hermanos. Por eso no podemos sólo cumplirle al Señor participando en la Eucaristía, tal vez diariamente, sino que lo haremos realmente cuando dejemos que su Espíritu haga suya nuestra vida y nos conduzca de tal forma que por medio nuestro el Señor se convierta en cercanía amorosa para todos para salvarlos, fortalecerlos, socorrerlos y manifestárseles como Padre Misericordioso.
Hagamos el bien. Como Cristo, pasemos haciendo el bien a nuestro prójimo. Pero para esto, antes que nada hemos de reconocer nuestra propia realidad, lo que realmente somos internamente. No podemos dar una cara ante los demás mientras nuestro interior, mientras nuestras intenciones sean pecaminosas. Por eso hemos de vivir en una continua conversión para ser más leales ante Dios, ante nuestro prójimo y ante nosotros mismos. Sabiendo que nosotros mismos somos pecadores no queramos juzgar ni rechazar a los demás a causa de sus pecados y miserias; ni queramos proyectar en ellos la realización del bien, con cargas pesadas, que nosotros no estamos dispuestos a cumplir o a llevar con amor. Preocupémonos por construir un mundo más fraterno, más justo, más en paz. Pero que esto brote de nuestra sincera unión con Cristo y no por el afán de brillar ni de ser tenidos en cuenta. Cuando seamos sinceros en hacer el bien a los demás sin que medien intenciones torcidas estaremos, realmente, construyendo un mundo cada día mejor por haber actuado no conforme a nuestros criterios, sino conforme a los criterios de Cristo.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe, de tal forma que, a partir de ella, podamos esforzarnos en continuar construyendo el Reino de Dios entre nosotros. Amén 

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